10 de septiembre de 2011





Hay ocasiones en las que uno tarda una fracción de segundo en aceptar la brusca ausencia de todo lo que le ha pertenecido: igual que la luz es más veloz que el sonido, la conciencia es más rápida que el dolor, y nos deslumbra como un relámpago que sucede en silencio. Por eso aquella noche no sentía nada contemplándole, ni comprendía del todo lo que significaban sus palabras ni la expresión de su rostro. El verdadero dolor llegó varias horas más tarde, y fue entonces cuando quise recordar una por una las palabras que los dos habíamos dicho y no pude lograrlo. Supe que la ausencia era esa neutra sensación de vacío.

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